El conductismo triunfó como teoría psicológica con la promesa de explicar todo el comportamiento mediante estímulos y respuestas observables, sin apelar a entidades internas como las creencias, las intenciones o los estados de conciencia. Sin embargo, a mediados del siglo pasado, empezó a dar muestras de agotamiento por su incapacidad para dar cuenta de forma satisfactoria de procesos superiores humanos tales como el lenguaje. La psicología cognitiva, pertrechada con nuevas herramientas teóricas, fue una tentativa de superar la excesiva sencillez de la visión comportamentalista, pero no fue la única reacción a las miserias del conductismo.

El psicólogo estadounidense Carl Rogers ofreció una alternativa basada en la distinción de tres modos de conocimiento. El primero, el objetivo, trata de comprender el mundo como objeto; el segundo, el subjetivo, hace referencia al ejercicio introspectivo mediante el cual cada persona conoce sus experiencias internas íntimas, incluyendo las intenciones y la sensación de libertad; el tercero, una fusión de los dos anteriores, procura comprender las experiencias personales ajenas, es decir, que toma la subjetividad de otra persona como objeto de conocimiento.

Para Rogers, el conductismo se ciñe únicamente al primer modo de conocimiento, porque trata a las personas como objetos que forman parte de una cadena de causas y efectos y no como sujetos con experiencias y “vida interior”. Basándose en técnicas orientadas fenomenológicamente, es decir, teniendo en cuenta el estudio de los fenómenos subjetivos, desarrolló un tratamiento en el cual el terapeuta intenta penetrar en la visión que su cliente tiene del mundo con el objetivo de ayudarle a resolver sus problemas y a que viva la vida que anhela. Esto significa que, en su terapia, el psicólogo utiliza el tercer modo de conocimiento para familiarizarse con las creencias, valores e intenciones personales del paciente. Por tanto, Rogers sostenía que la conducta estaba controlada por este tipo de factores y no por la mera causalidad física.

Abraham Maslow, el más destacado teórico de la psicología humanista, comenzó realizando experimentos con animales para acabar centrando su atención en la cuestión de la creatividad en las artes y las ciencias. Sostenía que todas las personas poseen un potencial de autorrealización de facultades creativas, que, no obstante, permanecían adormecidas en la mayoría de casos a causa de inhibiciones sociales impuestas. Así pues, orientó su enfoque psicoerapéutico como herramienta con la que el cliente pudiera ir más allá de las rutinas psicológicas destinadas solamente a la satisfacción de necesidades básicas como el alimento y el cobijo y que le impedían desarrollarse como persona y expresar de forma plena valores superiores como el amor, la creatividad o la autonomía.

Tanto Rogers como Maslow coincidían con los humanistas clásicos griegos o del Renacimiento en el hecho de buscar la explicación y la guía del comportamiento de las personas en la naturaleza de lo humano. Para los conductistas, esa naturaleza no era distinta de la del resto de animales, a los que consideraban mecanismos complejos; pero la psicología humanista hace hincapié en la subjetividad, la conciencia y el libre albedrío como atributos irreductiblemente humanos que no pueden dejarse de lado: la psicología no trata con robots, sino que debe tener en cuenta que somos seres conscientes, intencionales y con capacidad de elección.

Siempre con la vista puesta en las personas que solicitan ayuda psicológica, los profesionales de Terapium están perfectamente preparados para saber detectar en qué circunstancias puede resultar más efectivo emplear técnicas terapéuticas con un enfoque humanista.