Entre los físicos griegos de la época clásica existía la teoría de que la salud del cuerpo humano dependía de un determinado equilibrio de cuatro líquidos o humores: dos tipos de bilis, la sangre y la flema. Según esa teoría médica, en determinadas ocasiones, un exceso de alguno de estos humores (o de una combinación de ellos) podía acumularse en la zona abdominal bajo (hipo) las costillas (khondrio), dando lugar a la enfermedad.

Actualmente, se considera que una persona es hipocondríaca cuando manifiesta una preocupación o temor exagerados por padecer una enfermedad. El trastorno puede manifestarse de diversos modos: en ocasiones puede hacerse patente por la incorrecta interpretación de ciertos signos somáticos; otras veces, la obsesión por una determinada enfermedad y un perpetuo autoanálisis llevan a que se acabe experimentando la sintomatología temida. Desde luego, puede ocurrir en algún caso que una verdadera enfermedad, incipiente o de difícil detección, sea la responsable del malestar, aunque lo característico de la hipocondría es que no pueda realizarse examen o exploración alguna que confirme objetivamente la existencia de la patología fabulada.

Debe quedar claro en el caso de las personas hipocondríacas que lo que es falso es la causa de sus síntomas, no los síntomas en sí mismos, que no son simulados, sino padecidos realmente. Por ello, quien esté aquejado de este trastorno puede entender racionalmente que la enfermedad temida no existe y, sin embargo, no poder evitar el miedo ni la percepción sintomática. La creencia, por tanto, no es de tipo delirante como sí ocurre en algunas psicosis.

Debe distinguirse también lo que es un rasgo de personalidad aprensiva de la hipocondría como trastorno somatomorfo. Alguien impresionable, por ejemplo, podría oír hablar de la sarna e, inmediatamente, empezar a sentir picores, pero solo podría atribuirse tal comportamiento a la hipocondría si la persistencia e intensidad de la preocupación son lo suficientemente significativas o provocan un deterioro en el plano social, laboral o sentimental del sujeto.

Para una persona hipocondríaca, la alarma puede llegar simplemente a través del conocimiento de que otra persona tiene una determinada enfermedad, prestando una atención excesiva a determinadas funciones corporales suyas (latidos del corazón, digestiones, respiración…), o a anormalidad físicas menores, como pequeñas heridas o tos ocasional. Cualquier sensación física, por muy vaga o ambigua que sea, es interpretable por una persona hipocondríaca de forma negativa y transformable en la prueba palpable que confirme sus más oscuras sospechas.

Ni que decir tiene que la cantidad de conocimiento sobre patología que tenga alguien con este trastorno es directamente proporcional a la cantidad de padecimiento a la que se va a ver sometido. A pesar de ello, en muchos casos las personas aquejadas insisten en la búsqueda de información médica que, lejos de aliviarlas, las exponen a un sinfín de nuevos síntomas que con seguridad empezarán pronto a padecer.